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TEXTOS

COMO EL FLUIR CONSTANTE DEL RÍO.

INTRODUCCIÓN A LA OBRA ARMANDO WILLIAMS 

Miguel López

La historia reciente del Perú late con intensidad en la obra de Armando Williams. Desde 1979, su trabajo gráfico y pictórico se ha dedicado a tomarle el pulso a algunas de las más intensas transformaciones del país. Explorando principalmente el lenguaje de la abstracción, Williams ha cristalizado un cuerpo de obra altamente complejo que busca hablar con el entorno social inmediato y que se desplaza seductoramente entre la especulación poética y la inquietud política. 

 

Williams surgió como parte de una escena efervescente de artistas jóvenes y colectivos de arte que, a finales de los años setenta, recuperaron el espacio publico e introdujeron nuevas urgencias en el debate artístico local. Luego de formar parte del grupo E.P.S. Huayco (1980-1981), Williams viaja a Nueva York en 1984 donde estudió y residió por trece años. Su retorno a Perú, en 1996, significó retomar algunas reflexiones que había ensayado en la década anterior, expandiendo su investigación con el grabado y la pintura, pero también dedicándose esporádicamente a la curaduría y a la gestión cultural.

 

Esta exposición revisa retrospectivamente cuatro décadas de su trabajo. Hacer una selección de su prolífica producción ha sido una tarea desafiante. Williams se ha caracterizado por llevar adelante una investigación artística libre, movilizado por la convicción de que el juego con formas y colores, con capas y veladuras, con inscripciones y borramientos, es una manera efectiva de poner a prueba y colapsar nuestra percepción de la realidad. Su producción reclama la actualidad de la pintura como un espacio desde donde condensar acontecimientos, anhelos colectivos y emociones difíciles.

 

“Fuera de sitio. Armando Williams retrospectiva (1979-2020)” presenta cerca de setenta piezas. Esta reunión de momentos revisa diversos caminos, preocupaciones y preguntas sobre el territorio, el movimiento, la desaparición, el cuerpo, el medio ambiente, la historia, así como otras maneras de imaginar y representar al sujeto. Esta exposición propone cuatro líneas posibles de investigación –no excluyentes entre sí–, destacando cómo algunas inquietudes estéticas han reaparecido en su obra a lo largo de los años. Estos cuatro núcleos son: espectro y huella; hilo y nudo; paisaje y naturaleza; y huaco y momia. 

 

“Espectro y huella” reúne pinturas y grabados producidos principalmente a inicios de los años ochenta. Este conjunto señala cómo la irrupción del referente fotográfico impacta en el arte que registra una sociedad convulsionada por la violencia. En pinturas como Historia de todos los días (1981) y Gloria (1982), o en serigrafías como Torres (1983), Pasado, presente, futuro (1983) y Fuera de sitio (1983), aparecen numerosos huellas y siluetas fotográficas, veladas por gestos gráficos y pictóricos, que aluden a aquello que está tan presente y que es al mismo tiempo casi irrepresentable. Esta manera de negociar con la imagen fotográfica desde la pintura persiste en su obra reciente, como en Tragedia (2017), en donde los cuerpos aparecen también ligeramente ocultos y velados.

 

“Hilo y nudo” presenta un conjunto de piezas que van modelado el desplazamiento de Williams por el lenguaje abstracto, subrayando el protagonismo de hilos, tramas y nudos como resultado de su interés por la tradición textil precolombina pero también por la geografía del país. Desde sus tempranos ejercicios con manchas entrelazadas como #2 (1984) o Dreams (1985), realizadas en Nueva York poco después de su partida del Perú, hasta la aparición de trazos sensuales y ondulantes que se conectan con mitos andinos y referencias a la vegetación amazónica, como Pongo (2001) o Tamshi (2002). Algunos de estos componentes gestuales aparecen también cargados de referencias políticas, como Hilos del poder (2001) o Sin título (1999) –realizado con cintas de plata y cobre–, así como evocaciones poéticas que sugieren una continuidad entre seres humanos y ríos, como en Gente del agua (2001)

 

“Paisaje y naturaleza” explora la energía, fuerza y estructura de las múltiples formas de vida que componen el planeta. Desde paisajes que brotan de su memoria personal, como Máncora (1998), hasta lienzos de gran formato que elaboran sobre la aparición y el ocultamiento de la flora y fauna, como Otorongo (2005) o Paisaje II (2004-2008). Williams presta atención a las estrategias de camuflaje presentes en la naturaleza, reflejando la belleza e inteligencia de las formas orgánicas, como Rana (2006), Mangle (2011) o Spondylus (2019). En años recientes, su obra se ha volcado también a registrar las amenazas sobre el universo marino, así como la destrucción medioambiental producto de la minería ilegal y las prácticas extractivas –como en su pintura Tambopata (2017). 

 

“Huaco y momia” reúne una serie de piezas que evocan las figuras del fardo funerario, del cuerpo envuelto o del cadáver. Las primeras apariciones de estas imágenes en su obra se remiten a inicios de los ochenta, como Sin título (1982) o el tríptico Fardos (1983), en donde estos cuerpos amarrados construyen un diálogo con la violencia del conflicto armado interno. Pinturas posteriores, como Huaco sangrante (1998) o Presencia (1999), parecen volver a las sensaciones de dolor y duelo, pero desde un cuerpo atravesado por lo fantasmal y lo informe. A diferencia de esos momentos tempranos, la aparición de fardos en sus pinturas de los 'últimos años está motivada por hallazgos arqueológicos. Williams coloca esta vez la pregunta sobre los vínculos entre los cuerpos muertos o sacrificados, los fenómenos ambientales y la transformación del paisaje.

 

Vista en perspectiva, la práctica de Williams parece regresar una y otra vez a la pregunta sobre las posibilidades de comunicación de la pintura. Ya en 1997, el artista afirmaba: “Es siempre más útil relacionarse al trabajo no preguntándose ‘Qué es lo que significa?, pero mejor aún, ‘¿cómo eso significa?’, una pregunta que puntualiza asimismo cuestiones concernientes a forma y no contenido, estilo y no substancia”. Quizás por ello no sorprende la recurrencia de hilachas, tejidos, nudos y raíces como una manera de estructurar la base de sus pinturas, buscando en estos signos los rezagos de una comunicación que antecede al lenguaje escrito o alfabético. 

 

Ese posicionamiento estético y ético ante el trabajo creativo hace también difícil establecer jerarquías entre su obra, ya que las piezas aparecen como eventos interrelacionados unos con otros, como las tramas de un textil o como el fluir constante de un río. Su obra se desplaza entre la sugerencia y el señalamiento, entre la introspección y el deseo social, entre la gestualidad abstracta y la veracidad de los patrones de la naturaleza. Desde ese espacio indeterminado pero profundamente afectivo, Williams ha generado poderosos enunciados que agitan la pregunta irresuelta sobre nuestro lugar en el tiempo y en la historia. 



 

Enero de 2021

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