Escribe Rodrigo Quijano
Es conocido el largo recorrido artístico de Armando Williams. Su paso fundacional por el emblemático colectivo Huayco; su activismo serigráfico ahí situado; su ejercicio pictórico y su temprana versión de los fardos alegóricos forrados de una violencia de época, pues eran las formas preñadas de la urgencia de un período en la vida nacional; luego, su partida a Nueva York y su retorno, asociado a su alejamiento del perfil social e histórico en su obra -eso, tal como al menos se ha encargado de hacer notar una parte de la crítica. Si en esa intensa búsqueda, las miradas de la historia y sus contenidos fueron cediendo a la elaboración formal pictórica, es quizás porque su exploración enrumba ahora hacia los contornos de lo oculto y el camuflaje ahí, más que un atuendo, es una forma de contemplación. En ese proceso, su pintura ha ido pasando de la consistencia expresivamente cargada de materia y resueltos drippings, hacia la elaboración más depurada de las superficies planas y gráficamente más hilvanadas y diseñadas.
Un sector de la crítica se ha preocupado en encontrar un código críptico en estas formalizaciones, como una visceralidad internalizada del registro de lo real y un juego de apariencias detrás del que estaría el artista y sus preocupaciones originales, ya en estallido literal. Pero a pesar de los deseos de la crítica, Williams parece estar mirando enfáticamente a otros asuntos, y sus camuflajes probablemente ocultan urgencias mejor vinculadas al juego de la pura forma y a su hilván reflexivo con un mundo previo a la cultura y a la historia, definido aquí en el espacio natural, versión amazónica. Pues si algo concede el camuflaje y su trama, es un sondeo en los patrones ocultos del diseño vegetal, un recorrido por la flora con ecos al recorte gráfico y un control delineado que sintetiza alegóricamente una mirada de la naturaleza. Una mirada de la naturaleza como observación de algo oculto y esencial que remite a cierta comunión ancestral a la que el artista es afín, sin duda, pero también más sencillamente al paisaje y a sus elementos de diseño, abordados contemplativa y formalmente.
Detrás de tanto follaje, este es un Williams abiertamente develado por un trompe l´oeil inicialmente concebido para hacerse invisible en la espesura y que aquí se vuelve una herramienta abstracta de demostración. Pues este camuflaje no oculta, bordea con suficiencia los varios planos y capas de una pintura equilibrada cada vez menos en la gestualidad, cada vez más y más en el peso formal de modelos y patrones abstraídos de lo natural, intercambiables y maleables como fórmulas de construcción y de reflexión estética. Un viejo truco de mimetización con los elementos, que esta vez permite a Williams reaparecer, pues detrás, o simplemente encima de estas superficies, hay un nuevo artista desde hace rato ya encontrado. Ya lo había adelantado otro artista, quien a manera de canto sólo dijo: Sumergirse en las formas, para emerger purificado.
Armando Williams
Camuflaje
2004
Serigrafía sobre papel
112.5 x 76 cm
Crédito de foto: Juan Pablo Murrugarra
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